Desde el vitalismo, es indispensable reformular y replantear ciertas nociones que han sido oficializadas como
verdades universales. Por ejemplo, la noción de pobreza y de riqueza.
La
pobreza es integral y transversal, si creemos que es solo económica o material, estamos dentro de paradigmas banales y antropocentristas. Creer que riqueza es
vivir en modernos y confortables claustros, es seguirse engañando y no
propender a cambios raizales. Es como creer que el desarrollo es tener más acceso a servicios
médicos y a una más alta tecnología, cuando lo que se han desarrollado es nuevas y más
profundas enfermedades fruto de una vida inorgánica. Los pueblos que están más cerca de una vida natural están más sanos, y no necesitan de tanta tecnología y tan costosa, de otra parte. La salud está en la forma de vida y no en los medicamentos.
La riqueza está en una forma de vida lo menos dependiente a cosas que desgastan y desperdician recursos. Lo que quiere decir regresar a una vida más campesina, como por ejemplo la llevan actualmente los campesinos orgánicos en Europa o
Norteamérica. Esto conduciría a una paulatina desaparición de las
metrópilis, para que queden solo pequeñas ciudades que concentren ciertas
actividades macros, por ejemplo, universidades o administración pública.
Si se cambian los conceptos de riqueza y pobreza (entre otras cosas),
le gente campesina dejaría de seguir migrando a las ciudades. Esto
redundaría en menos vehículos, como en la disminución de tanto transporte y medios de
comunicación que contaminan demasiado. Y así en otros elementos y situaciones. Imaginemos en nuestra mente que las inmensas ciudades desaparecen del mapa,
cómo sería el planeta.
Esto también conlleva la necesidad de una disminución de la
tasa de natalidad sino, no habría espacio suficiente para albergar a tanta
población. Regresar al campo y cambiar ciertas costumbres, como por ejemplo,
la alimenticia carnívora que necesita de mucho terreno para la crianza de
ganado, por un alimentación más vegetariana y vegana, y lo animal solo sea
consumido en momentos especiales, por ejemplo fiestas.
Todo esto además implica cambiar la valorización del
denominado primer mundo, que es tomado como ejemplo y fin a seguir por los
otros pueblos del mal llamado tercer mundo, quienes aspiran a seguir sus pasos, cuando irónicamente hay gente del primer mundo que la abandona y va a buscar el tercero
y el cuarto mundo para una vida más sencilla y respetuosa de la naturaleza, es
decir, de la vida.
Y así podríamos hablar de una serie de categorías y
variables hoy establecidas como referentes o estandartes de una mejor o
superior vida. Si no se cuestionan a estas verdades y solo se hace reacomodos, como por ejemplo el desarrollo sustentable, estamos en más de lo mismo. De ahí que solo limitarse
a aplicar paradigmas sostenibles del primer mundo desarrollista, es
continuar por otros medios y formas el mismo esquema antropocentrista que busca
uniformizar y piramidalizar aún más la vida humana y natural.
La postura
izquierdista que apunta a terminar con la explotación del hombre y no
paralelamente con la explotación de la naturaleza, es el otro lado de la misma
moneda. Si se elimina la explotación de la naturaleza se elimina la del ser
humano, y no al revés.
Necesitamos cambios de paradigmas que se sostengan y se
sustenten en los modos de percepción de la realidad de los pueblos vitalistas, para no lanzarnos a nuevas aventuras que
destruyan aún más la vida.